miércoles, 25 de septiembre de 2019

Buscando el Departamento 24



Las tres veces que he viajado en avión, bueno técnicamente seis porque han sido vuelos redondos, siempre me ha tocado en el asiento del pasillo. Me toca estirarme para poder apreciar un poco el cielo mientras el avión se desplaza por el cielo, es estirar bastante el cuello o ver muy incómodamente por el hombro de la parejita sentada al lado de mí. 

Este vuelo (mi tercero) fue diferente a mi primer vuelo, si te subes a un avión pronto te darás cuenta que todas las veces será igual, en mi caso sufro el nerviosismo de que no estoy en el lugar correcto que se disipa hasta que ya estoy sentado en mi asiento listo para estar durante horas intentando distraerme con uno y mil hobbies inútiles como leer, escribir, dibujar o simplemente ver los comerciales y vídeos musicales que la aerolínea pone en las pequeñas televisiones encima de nuestra cabeza, los muchos destinos nacionales e internacionales a donde llegan. 

Nuestro destino no queda tan lejos, unas cinco o seis horas desde la CDMX antes conocida como el Distrito Federal. Entre el Caribe y el Golfo de México se encuentra mi destino.


Desde un principio cuando planeábamos el viaje declaramos que íbamos más como estudiantes que como turistas, estudiantes con un presupuesto calculado con un margen para emergencias que nos ayudaría mucho, más adelante. Atendimos todas las instrucciones de la tripulación y las azafatas a la hora del registro de llegada de vuelos internacionales.

Luego de aterrizar y al entrar a la sala de llegada, automáticamente es como viajar en el tiempo, pintada con rojo y algunos detalles verdes con techos bajos es un contraste increíble con el moderno aeropuerto “Benito Juárez” de la Ciudad de México. Lo primero que conocimos de este país fue el baño del aeropuerto. Todo el viaje estuve escuchando el soundtrack de Mamma Mia! Here We Go Again, preparándome para vivir mi romance juvenil veraniego en una isla extranjera.

Spoiler: No sucedió.


En cuanto salimos del baño, la sala de llegada ya está llena de gente, es como si hubieran llegado mínimo cuatro vuelos internacionales al mismo tiempo, es fascinante la cantidad de diversidad cultural que cabe dentro de 70mx70m, franceses, alemanes, gringos y por supuesto nuestra manada mexicana.

Como muchas cosas en mi vida, ya he olvidado algunos detalles importantes pero otros tantos se han aferrado tanto a mí que es ridículo.

No recuerdo a la hora que llegamos al país, pero recuerdo perfectamente que estuvimos formados en frente de la ventanilla 7 de la sala de migración cerca de quince minutos antes de que nos dijeran que la señorita que atendía esa ventanilla ya había salido de turno.

Creí que la antigua tradición de hacer filas era exclusivamente mexicana, pero no. Es una tradición latinoamericana universal al parecer. Hicimos el papeleo correspondiente y pasamos a la ventanilla 15. Mis compañeras de viaje pasaron a hacer su papeleo y lograron entrar a la siguiente fase pero obviamente yo venía salado en la vida desde que me cortaron el cordón umbilical.


La ventanilla 15 era la ventanilla que le daba prioridad a la tripulación, los sobrecargos, los pilotos, los copilotos, los ingenieros, etc, durante todo el tiempo que hicimos fila, no había asomos de la tripulación, hasta que era el turno de su servidor de pasar a registrarse. Recuerda que había mencionado que cerca de cuatro vuelos habían llegado al mismo tiempo, así que las tripulaciones de esos vuelos empezaron a registrarse.

No iba a ser el único momento de tensión y ansiedad en éste viaje.

Mis compañeras de viaje me empezaron a hacer señas algo apuradas, ya con todo el equipaje con ellas incluyendo el mío, una pobre sobrecargo se apiado de mí viéndome estresado y me cedió su lugar. El papeleo correspondiente fue llenado y tuve mi primer sello en mi pasaporte.

El sello de Cuba.


Migración nos tomó mucho más tiempo del necesario, la gente se amontonaba frente a la salida mientras muchos buscaban ansiosamente un lapicero para llenar la papelería de aduana. Nuestro papeleo ya firmado declarábamos que íbamos como estudiantes turistas y que no llevábamos ninguna exportación. Los mini-splits y equipos médicos eran en otra ventanilla.

A pesar de que ya estaba oscuro, la diferencia horaria entre La Habana y el centro de México es de solo una hora. Dias después descubrimos que hay dos etapas climáticas en Cuba, la de calor insoportable en los primeros seis meses del año y la época en la que llegamos.

La época de huracanes.

La lluvia nos recibió y prontamente la humedad y las multitudes nos hicieron saber que estábamos como extranjeros. Una de mis compañeras había arreglado ya transporte hasta nuestro hospedaje con alguien que llamaremos, Noé. Noé se convertiría rápidamente en nuestro ángel de la guarda durante todo el viaje.

Pero me estoy adelantando.

Nuestro destino era un pequeño hostal ubicado en la calle Campanario, bastante cerca del centro. En el sitio web dónde alquilamos la habitación tenía la ubicación en Google Maps.

Cuba es internacionalmente reconocida por muchas cosas, una de ellas es la restricción en telecomunicaciones. Teníamos planeado comprar una tarjeta que nos daría acceso a Internet para confirmar al hostal que llegamos además de otras cosas.

Yo y mis compañeras de viaje (como buenos provincianos) no somos exactamente personas que funcionamos en grandes multitudes. Así que las preocupaciones inundaron toda nuestra llegada. Pero una vez que subimos al coche antiguo de Noé, esas preocupaciones desaparecieron.


No recuerdo como se llamaba esa autopista que conducía a La Habana desde el Aeropuerto, pero en ese trayecto nocturno, nos quedamos en silencio. Creo que fue en ese momento donde el estrés del viaje, del equipaje y del presupuesto se disipó. Fue el momento en el que pensamos “Ya llegamos, esto está pasando.” Ese trayecto en un carro antiguo color verde militar hizo que todo valiera la pena.

Ese momento de independencia y de una total entrega a pasarla bien.

Llegamos a Campanario y estuvimos buscando la dirección que nos habían dado. Dimos vueltas y vueltas durante tres calles a la redonda del lugar donde estaba marcado con el pin rojo y nada. Preguntamos si había algún hostal con el nombre “Departamento 24” y nadie de ahí lo reconocía. Nadie. Confundidos, en un país extranjero y listos para dormir en la calle, nos quedamos pensando en que hacer en el automóvil verde militar.

Noé es cuando se vuelve nuestro ángel de la guarda, nos deja utilizar su teléfono para llamar al teléfono del departamento, Noé nos explica que el teléfono ni siquiera tenía la lada correcta. No contestaban, no teníamos Internet para mandar un correo, estábamos a la deriva, a las 10 de la noche en La Habana, Cuba.


Noé se volvió nuestro barco salvavidas para no ahogarnos.

Llegamos a la conclusión de que como ya era demasiado tarde, el hostal ya había cerrado. Noé entonces nos comentó que conocía a una señora que también manejaba una casa con departamentos y que seguramente nos dejaría pasar ahí la noche.

 Acordamos que ya estábamos muy cansados y que lo que necesitábamos más que otra cosa era un baño y una cama así que acordamos.

Llegamos a “Villa Reina” y conocimos a Reina, una cubana bajita que entendió por completo nuestra situación y nos rentó la habitación esa noche. Una linda casa que en la parte superior contaba con cocina, un cuarto en el que nos acomodamos nosotros cuatro, un baño con agua caliente y un comedor con vista hacía la Calzada del Cerro. Noé noblemente se ofreció a acompañarnos al día siguiente para buscar el famoso “Departamento 24”


Y vaya que lo encontramos.


continuara...



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