viernes, 29 de junio de 2018

A los qué comen palomitas como si nadie los viera


El otro día vi a un hombre en el autobús, sentado hasta el frente con una bolsa de plástico entre sus manos llena de palomitas sabor a queso cheddar que inundaba con su potente olor el autobús.

Este hombre no le importaba que se posaran sobre el las miradas de todos los pasajeros incluyendo la mía, metía la mano entera dentro del pequeño paquete y se llenaba la boca con las palomitas dejando pequeños restos alrededor de sus labios. Aunque la mayoría parecía aparentar asqueada a mi la verdad me pareció algo realmente intimo aquel acto de consumir maíz inflado sin ninguna consideración por los demás.

Se requiere cierta valentía para hacer algo como eso, se requiere valentía y nada de vergüenza para llenarte la boca con palomitas baratas de sabor a queso artificial frente a una decena de desconocidos. Pretendí yo mismo el estar asqueado ante tan íntimo y vulgar acto, pero realmente  en la oscuridad de una sala de cine o en la soledad de la sala de nuestra casa  yo también como las palomitas de la misma manera, me lleno el puño y las deposito dentro de mi boca con la misma violencia que ese hombre. Solo que lo hago en el lugar donde no es posible que nadie me juzgue.

Ojala ese hombre ame de la misma manera que come palomitas, violentamente sin vergüenza y despreocupadamente. Intenso y hasta vulgar. Ojala que tenga la misma valentía para demostrar sentimentalismo que para asquear a los pasajeros del transporte público que lo miran con envidia y arcadas reprimidas mientras él se llena la boca mientras vacía la bolsa de plástico y así repetidamente; ensimismado en sí mismo sin importar las miradas que se clavan sobre sus manos y después en su boca para volver a sus manos que sostienen el paquete con una pasión digna de llorar por días de lo arrebatado que es. El demostrar tu pasión, tu violencia y entrega en actos tan cotidianos como comer palomitas solo me hace desear que yo fuera una bolsa de palomitas, que me consumieran poco a poco e intensamente hasta vaciarme, que alguien me tomara como si no quisiera que nadie más lo hiciera, una posesión tan intensa que no pasa más de una vez en la vida.

Así que para aquellos que comen palomitas como si nadie los viera, ojala que amen de la misma manera que comen sus palomitas, que se ensimismen en su pasión perdiéndose en el otro, que disfruten cada placer intensamente y luego lo desechen dejando en la habitación nada más que el recuerdo de esa imagen que no se desvanecerá tan rápido como el olor a queso cheddar.


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